21 de mayo de 2013

Él le dijo que la quería y ella le preguntó para qué.

20 de mayo de 2013

PODRIDA. RE. CANSADA.
NO SOPORTO MÁS NADA.
ODIO A TODOS.
ME ODIO.
ODIO EL MUNDO.
LA RE CONCHA DE LA LORA.

12 de mayo de 2013

1, 2, 3... probando, probando...

Okey. Ahora sí. 
Hace cinco meses dije que volvía y no volví un carajo. 
Acá estoy, hasta acá llegué.
Volví, resurgí de las cenizas como el ave fénix porque lo necesito.
Escribir me hace bien, me da paz, me libera, me descarga. Y hoy, necesito eso. Descargar.
Quizás estoy canalizando mal la energía y estoy liberando cosas por donde no debo. Tengo que encontrarle la vuelta. Esto es como cuando estás nerviosa y te empieza a doler el estómago. Canalizas como el culo. Acá igual. De A saltás a Z como si nada y, generalmente, la llegada a Z termina siendo cualquier cosa, nada que ver con lo que debería, de hecho, es probable, que ni siquiera tuviera que llegar a la Z. 
A lo mejor ahora, arranco mejor los caminos, qué sé yo. Con probar no pierdo nada. Necesito ocupar más mi tiempo en algo, y qué mejor que hacerlo en algo que amo? 
Vamos, se puede. Yo puedo. Sé qué sí. 

21 de noviembre de 2012

A desempolvar se ha dicho... 
Mucha mugre, olor a viejo, pero a viejo del feo... no a libro viejo...
Malas energías, malas vibras, mucho pasado, mucha tormenta, algún huracán... y no mucho que valga la pena recordar.
Volví, renovada, y no solo por la locura desenfrenada de haberme atrincherado la capocha en la peluquería... también atrincheré las ideas, así que agárrense... 
NO SABEN LO QUE LES ESPERA.

2 de octubre de 2011

20 cuentos solidarios - El viejo

Una tarde calurosa de febrero, en Mercedes, pleno centro de la provincia de Corrientes, Carlos volvía de la casa de su hermano. Al cruzar el arroyo vio a un viejo sentado al costado del camino. Estaba inclinado hacia delante, con sus manos a cada lado de la cabeza, como esperando que se le pasara la borrachera.
Carlos era un buen tipo y no lo dudó; se le acercó y le preguntó.
-¿Necesita algo chamigo?
-Nada, aquí me estoy... Esperando a la muerte nomás.
Carlos no lo tomó demasiado en serio.
-Por eso se lo ve tan preocupado.
-¡Que va a ser por eso! Tengo noventa años, me queda poco tiempo, y no encuentro al que siga con esto.
-¿Con qué?
-Con enseñar a vivir.
-¿Y eso se enseña? ¿Cómo?
-Haciendo algo que nadie pudo lograr.
-Intentémoslo, respondió Carlos para que el viejo se tranquilizara.
El anciano tomó una bolsa de arpillera que tenia a su lado y sacó varias cosas que acomodó de a pares, prolijamente, en el suelo.
El primer par estaba compuesto por una vela de parafina común y otra de oro. El segundo por una cuerda de soga y otra de seda. El tercero era un abrigo derruido y un anillo de diamantes.
-De cada yunta, tenés que elegir una sola cosa y encontrar el fin del camino. No puedo decirte más.
Carlos tomó la vela de parafina ya que no le encontraba utilidad a la de oro. Lo mismo decidió con el segundo y tercer par. ¿Para qué quería una soga de seda y un anillo de diamantes? Eligió la cuerda y el abrigo. ni bien terminó su elección, la realidad que lo circundaba cambio y se vio frente a un camino. Comenzó a caminar; a los pocos metros encontró un gran desnivel perpendicular. Ató entonces la soga a un árbol cercano y bajó. Habrían pasado dos o tres minutos cuando se hizo de noche, una de ésas negras y sin luna en las que no se ve ni la propia mano frente a la nariz. Prendió la vela y recuperó el rumbo. La luz volvió, pero con ella un frío húmedo y penetrante que le congelaba los huesos. Se puso el abrigo y a duras penas logró llegar al punto de partida.
El viejo estaba muerto, tirado hacia atrás, con las piernas juntas y las manos al costado del cuerpo. Una inmensa sonrisa le cubría el rostro.

29 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Plan B

10:59, 11:00. Sonó el despertador, todos los domingos se despertaban a las once de la mañana. Federico sacó su mano derecha de entre las sábanas y lo apagó. Su esposa permanecía aún dormida, con la cabeza apoyada en el pecho del marido. Federico comenzó a hablarle al oído para despertarla; Natalia no contestaba. El hombre decidió entonces emplear su táctica infalible: abrir de par en par el ventanal que daba al jardín para que el sol invadiera la habitación. Pero el ventanal ya estaba abierto...
Sus ojos recorrieron cada centímetro de la habitación hasta detenerse en el velador de la mesita de luz que estaba manchada. Manchas color rojizo ya secas, manchas de sangre como las que había en su pecho y en el parietal derecho de Patricia.
La policía llegó rápidamente al lugar. Sacó fotos, tomó declaraciones y secuestró el arma homicida. El juez ordenó la detención de Federico: homicidio doloso agravado por el vínculo, fue la carátula de la causa. El se declaró inocente.
El proceso fue largo. La fiscalía tenía el arma homicida y un móvil bastante común: infidelidad. Dos testigos habían confirmado que Natalia tenía, o había tenido, un amante. También aseguraron que el tema había generado numerosas discusiones en la pareja. Pero todos coincidieron en que, en los últimos meses, lo habían superado y que se los veía mejor que nunca.
El defensor basó su estrategia en tres puntos. El primero fue el hecho de que Federico consumía, para poder dormir, altas dosis de somníferos, recetadas por su médico. El segundo fue que la mujer siempre cerraba la persiana y trababa la ventana que daba al jardín, pues hacía tres años habían entrado ladrones a la casa. El tercero fue el testimonio de Vanesa, la mucama, que tenía la costumbre de escuchar detrás de la puerta. La empleada había escuchado hacía un mes, una conversación en la que el matrimonio se proponía empezar de cero y tratar de reconstituir la pareja. Según Vanesa, desde ese día ambos eran personas distintas y todo funcionaba maravillosamente bien entre ellos.
Los jueces tardaron en dar el veredicto. La fiscalía pidió reclusión perpetua y la defensa, la absolución. En la balanza estaban las pruebas. Los jueces no encontraron explicaciones para sostener la posibilidad de que un ladrón hubiera entrado a la casa, matado a Natalia y escapado sin robar nada. Las otras posibilidades eran que el asesino fuera el marido o el amante de Natalia, despechado por el abandono de la mujer. Sin embargo nadie conocía la identidad del sujeto.
Absuelto por falta de pruebas, Federico estaba de vuelta en casa. La primera noche durmió en un sillón de la planta baja. No quería, no se animaba a subir las escaleras que lo llevaban al dormitorio. Al anochecer del tercer día tomó la decisión, subió uno a uno los escalones y se acercó a la puerta. Giró el picaporte y la abrió. Las ventanas estaban abiertas de par en par y el viento del otoño jugueteaba con las cortinas.
Federico dio un par de pasos y entró en el cuarto. Se paró frente a la cama y con los ojos clavados en el sector que ocupaba noche a noche su mujer, sonrió.

25 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Sopa de tomates

-¿Qué se va a servir el señor?
-Sopa de tomates con crema, Lomo de cerdo a la mongol y de postre, un panqueque de cerezas quemado al ron.
-¿Para beber?
-Un Saint la Merde cosecha 1987.
-Muy bien señor.
Lo primero en llegar a la mesa fue el vino. Luego de probado y aprobado, el mozo procedió a llenar un cuarto de la copa y a traer la sopa de tomates.
El conde tomó la cuchara e ingirió el primer sorbo. Antes de que el rojo líquido traspasara la frontera de su garganta, los ojos del noble señor se abrieron redondos y enfurecidos. La frente del maitre comenzó a sudar. El mozo que servía el vino retrocedió un par de pasos. La gente ubicada en las mesas vecinas dirigía pausadamente sus miradas al conde que todavía no develaba el misterio. El dueño del lugar ya había sido advertido y desde su oficina observaba los acontecimientos por circuito cerrado.
El primero en conocer qué era lo que tenía la sopa fue el maitre, más tarde el cocinero y por último los clientes. Los empleados huyeron despavoridos sin esperar indemnización. Los comensales fueron abandonando el local, sin tumultos y en forma distinguida.
El dueño del restaurante perdió todo en un juicio que el conde llevó hasta la Corte Suprema y tanto alboroto provocó la renuncia del Ministro de Salud.
El conde, no contento con esto, comenzó a presionar desde sus multimedios hasta lograr la renuncia del Jefe de Gabinete y, más tarde, la del Presidente de la Nación.
Las elecciones para elegir un nuevo primer mandatario se convocaron para un par de meses después. Varios partidos presentaron sus candidatos y plataformas y, como no podía ser de otra forma, todos coincidieron en un punto. Prometieron en sus campañas que nunca jamás se volvería a encontrar en la sopa de un gran señor un deshonroso y plebeyo poroto.

23 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Un raro enfrentamiento

Los tanques alemanes avanzan por la campiña francesa. La resistencia espera agazapada el momento para dar el zarpazo. Son cinco tanques y aproximadamente cincuenta soldados del Führer que, de un momento a otro, se enfrentarán a veinte disidentes franceses.
Suenan los primeros disparos y se desata la batalla. Los galos, en los primeros contactos con el enemigo, van ganando por el efecto sorpresa. Pero los blindados no perdonan y comienzan a castigar duramente a los indios. Sí, a los indios; un grupo de Siux se une a la resistencia para doblegar el ataque germano.
Los alemanes entran en total desconcierto. No es para menos, setenta pieles rojas a caballo irrumpen en plena Segunda Guerra Mundial. Pero la confusión crece cuando aparecen en escena tres cowboys, dos vikingos y un caballero errante que también presta su desinteresada colaboración a la causa aliada.
Por supuesto que, con semejante ejército, en pocos minutos el combate está resuelto. Los alemanes se rinden y son transportados por la mismísima Cleopatra hasta la pirámide de Kéops, en condición de prisioneros de guerra. Pero el viaje se ve interrumpido por una causa de fuerza mayor.
-¡Juancito, a tomar la leche!
Y Juancito, obediente como es, guardó su extraña colección de soldaditos de plástico y fue por su chocolatada.

22 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Historias de Buenos Aires

De un chico... de penas... de un taxi... No recuerdo acerca de qué iba a escribir. Bueno, empezaré, por ahí me acuerdo en el camino...
Un hombre de traje gris tomó la manija de la puerta trasera de un taxi y, antes de accionarla, una mano teñida de bordó por el frío se le anticipó.
Era un pequeño desgarbado, con dos hileras de moco cristalizado que se desparramaba desprolijamente por encima de su boca. Sus labios se estiraban simulando una sonrisa y dejaban al descubierto un par de dientes desparejos. Los ojos, sus ojos, se veían cansados, ya cansados, como reflejando un futuro incierto y descolorido.
Tendría cinco o seis años y su espalda inclinada hacia adelante parecía cargar con los fracasos de sus padres. Un pulóver semidestruído le servía como único abrigo, esa mañana de un grado bajo cero. Su pelo estaba engominado por la mugre que aún no llegaba a su alma y sus pies se congelaban contra el asfalto del siglo XXI.
El hombre de traje gris puso cincuenta centavos en la mano del pequeño, subió al taxi y se fue.
De un chico... de penas... de un taxi... ya recuerdo bien. Iba a hablar de la injusticia.

20 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Un cuento más

Un cuento diario, eso fue lo que me dijo el duende. Tengo que escribir un cuento por día, durante trescientos sesenta y cinco días para que se me cumplan tres deseos.
Ya sé. A mí también me resultó extraño, mientras caminaba esa mañana por las calles de mi barrio. Estaba llegando a una esquina, cuando escuché un chistido.
-Chsssss... Chsssssss...
Me di vuelta y no había nadie. Creí haberlo imaginado, pero justo en el momento en que iba a continuar mi camino, volví a escucharlo.
-Chssss... acá, abajo.
Miré al suelo. Era un duende, tal como los dibujan en las películas de Disney. Ropa verde, escasa estatura, zapatos tipo payaso, gorro puntiagudo y nariz filosa.
-Tengo algo que proponerte, me dijo.
-¿Qué?, le contesté de una manera tan natural que hasta el día de hoy me causa asombro.
-¿Querés que se te cumplan tres deseos?
-Sí, quién no lo querría.
-Bueno, consideralos cumplidos.
-¿Cómo? ¿Ya puedo empezar a pedirlos?
-Bueno, todavía no. Antes tenés que cumplir con una pequeña condición.
-¿Cuál?
-Tenés que escribir un cuento por día durante un año. Ninguno tiene que ser parecido a otro, ni siquiera en la cantidad de personajes.
-O sea, que el último tiene que tener trescientos sesenta y cinco personajes...
-El primero, el último o cualquiera. No hace falta seguir un orden.
-Es muy difícil.
-Bueno, tomalo o dejalo.
-Lo tomo.
-Entonces te espero dentro de un año en el mismo lugar.
El duende desapareció y desde entonces no hago más que escribir. Al principio era fácil, pero ahora los temas y los personajes se me están terminando. Sin embargo, vale la pena intentarlo.
Este es el cuento de hoy.