3 de febrero de 2010

Un noche oscura. Un cielo embrujado. Un frío insoportable. Un viento descenfrenado.
Un pueblito lejano. Una manzana arbolada. Una callecita desierta. En el fondo, una casa.
Un techo a medio hacer. Una pared descascarada. Una puerta de vieja madera. Una ventana, sin rejas.
Por dentro, una tibia luz anaranjada. Un par de cortinas amarillas, bastante deterioradas.
Dentro, una chimenea. Un fuego, débil, apenas encendido.
Una alfombra ocre, con el desgaste propio de los años.
En el centro, una pequeña mesa rectangular de roble. Alrededor 4 sillas. Una con su pata izquierda, roída.
En la pared, 3 portaretratos. En uno, una jóven pareja enamorada. Al lado, un niño de unos 4 años. En el marco de vidrio, los tres, sonrientes disfrutando del mar.
El viejo empapelado, rasgado por doquier.
En un rincón, un mueble. Encima del mismo, una pila de antiguos libros. También, un candelabro de época. Una antigüedad. En él, un velón aromatizado, a medio consumir. Una ínfima llama, se hamaca con la corriente de aire. La cera ya derretida cae entre las betas del mueble de madera.
A su lado, un sofá color verde musgo. En él, dos cojines bordo. Sentada sobre él una mujer.
Un chal beige le cubre los hombros. Unas sencillas pantuflas a cuadros la protegen del frio.
En su rostro, se refleja la soledad.
Unas lágrimas se desprenden de sus ojos.
Una de ellas, exterioriza su angustia.
La mujer llorá, y nadie la oye.
La mujer sufre, y nadie puede verla.

Se muere por dentro, y nadie va a su encuentro.