29 de septiembre de 2011

20 cuentos solidarios - Plan B

10:59, 11:00. Sonó el despertador, todos los domingos se despertaban a las once de la mañana. Federico sacó su mano derecha de entre las sábanas y lo apagó. Su esposa permanecía aún dormida, con la cabeza apoyada en el pecho del marido. Federico comenzó a hablarle al oído para despertarla; Natalia no contestaba. El hombre decidió entonces emplear su táctica infalible: abrir de par en par el ventanal que daba al jardín para que el sol invadiera la habitación. Pero el ventanal ya estaba abierto...
Sus ojos recorrieron cada centímetro de la habitación hasta detenerse en el velador de la mesita de luz que estaba manchada. Manchas color rojizo ya secas, manchas de sangre como las que había en su pecho y en el parietal derecho de Patricia.
La policía llegó rápidamente al lugar. Sacó fotos, tomó declaraciones y secuestró el arma homicida. El juez ordenó la detención de Federico: homicidio doloso agravado por el vínculo, fue la carátula de la causa. El se declaró inocente.
El proceso fue largo. La fiscalía tenía el arma homicida y un móvil bastante común: infidelidad. Dos testigos habían confirmado que Natalia tenía, o había tenido, un amante. También aseguraron que el tema había generado numerosas discusiones en la pareja. Pero todos coincidieron en que, en los últimos meses, lo habían superado y que se los veía mejor que nunca.
El defensor basó su estrategia en tres puntos. El primero fue el hecho de que Federico consumía, para poder dormir, altas dosis de somníferos, recetadas por su médico. El segundo fue que la mujer siempre cerraba la persiana y trababa la ventana que daba al jardín, pues hacía tres años habían entrado ladrones a la casa. El tercero fue el testimonio de Vanesa, la mucama, que tenía la costumbre de escuchar detrás de la puerta. La empleada había escuchado hacía un mes, una conversación en la que el matrimonio se proponía empezar de cero y tratar de reconstituir la pareja. Según Vanesa, desde ese día ambos eran personas distintas y todo funcionaba maravillosamente bien entre ellos.
Los jueces tardaron en dar el veredicto. La fiscalía pidió reclusión perpetua y la defensa, la absolución. En la balanza estaban las pruebas. Los jueces no encontraron explicaciones para sostener la posibilidad de que un ladrón hubiera entrado a la casa, matado a Natalia y escapado sin robar nada. Las otras posibilidades eran que el asesino fuera el marido o el amante de Natalia, despechado por el abandono de la mujer. Sin embargo nadie conocía la identidad del sujeto.
Absuelto por falta de pruebas, Federico estaba de vuelta en casa. La primera noche durmió en un sillón de la planta baja. No quería, no se animaba a subir las escaleras que lo llevaban al dormitorio. Al anochecer del tercer día tomó la decisión, subió uno a uno los escalones y se acercó a la puerta. Giró el picaporte y la abrió. Las ventanas estaban abiertas de par en par y el viento del otoño jugueteaba con las cortinas.
Federico dio un par de pasos y entró en el cuarto. Se paró frente a la cama y con los ojos clavados en el sector que ocupaba noche a noche su mujer, sonrió.

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